Hace dos años y medio, Blu Asher abrió sus puertas en Bogotá, con la ambición de ofrecer una experiencia gastronómica italiana diferencial, inicialmente bajo una mirada de autor.
Desde entonces, su concepto se ha ido adaptando a las necesidades de sus comensales, al punto que hoy es un digno competidor en una zona rodeada de emblemáticos y renombrados restaurantes de cocina italiana de la ciudad.
La apuesta ha sido tan clara como ganadora: no ser un lugar exclusivamente de celebraciones o visitas ocasionales, como otros del sector, sino de recurrencia. En consecuencia, sus propietarios se han enfocado en que los clientes se sientan tan cómodos con la relación entre precio, atención y calidad, que siempre quieran volver, incluso varias veces por semana. Incluso, todos los días.
No ha sido nada fácil, pero lo han logrado. La clave ha sido volver al origen de la restauración, conservando la esencia misma de las clásicas trattorias, aquellos restaurantes familiares italianos donde la protagonista es la comida casera a precios accesibles y donde lo que más importa es el disfrute por la buena mesa y los buenos vinos. Sin pretenciones. Sin espectacularidades. Sin ambientaciones «intimidantes».
Aunque en sus inicios el menú sí estuvo marcado por platos más sofisticados y complejos de ejecutar, el entendimiento del público fue lo que marcó el rumbo. Y tomaron decisiones. Simplificaron la propuesta gastronómica, adaptándola a las exigencias de un mercado que cada vez requería de mayor equilibrio entre la rapidez, la calidad, y un ticket justo, especialmente a la hora del almuerzo.
En ello, han sido rigurosos. Se han remitido a los datos. Han analizado permanentemente cuáles son los platos que de verdad se están moviendo y cuáles no. Todo lo tienen medido. Con información y conocimiento han ido ajustando la carta y esos cambios los guían hacia lo que quiere el cliente.
Lo que ha conservado Blu Asher en medio de su evolución es el compromiso con la excelencia en todos los aspectos de su operación. Desde la selección de los ingredientes más frescos, hasta la presentación impecable de cada plato e incluso, su cuidadosa selección de vinos, inicialmente asesorada por la sommelier Michelle Morales.
A esta experiencia, se suma el servicio atento y personalizado, que hace que los comensales se sientan como en casa. Incluso, el personal ya conoce el nombre y las preferencias de algunos de sus clientes más habituales. El equipo, además, está capacitado para ayudar a las personas a elegir el vino ideal para cada plato.
Qué comer en Blu Asher
El menú de Blu Asher, sin ser excesivamente amplio, si es un menú bien estructurado, que brinda diferentes alternativas. Un menú pensado para que los clientes no se cansen de comer las mismas cosas. Un menú que, en definitiva, invita a volver.
La oferta gastronómica se destaca por su meticulosa planificación. Desde antipastos como el «Antipasto di Parma», hasta bruschettas de champiñones gratinados, cada opción en su menú está pensado para elevar la experiencia sensorial.
Los platos principales abarcan una amplia gama de opciones, desde pastas frescas y lasañas hasta carnes como el ossobuco de ternera y la milanesa de ternera. También se destacan platos como el pescado blanco al limón y el salmón con emulsión de cilantro, cada uno servido con una presentación impecable.
Mención aparte merecen las pizzas, que han estado en el podio en dos versiones del Pizza Master. Muestra de ello son la «Pizza D Asher» con pepperoni, tocineta y queso stracciatella de búfala, así como variedades de tres quesos y prosciutto con durazno, o la «Vittoria», con salsa al teléfono, jamón serrano tostado, chorizo español, y queso cilliguine de búfala.
Los postres, como la pavlova de frutos rojos o el tiramisú, ofrecen el toque final perfecto a una experiencia culinaria integral.
Es por esto que Blu Asher encanta, sorprende y deleita. Y es por esto que, de ser uno de aquellos secretos a voces» de la ciudad, se ha convertido en uno de los imprescindibles para los amantes de la cocina italiana.